domingo, 5 de mayo de 2013

Humbertito

En estos días de agitación política, no pude evitar acordarme de Humbertito: el clásico y entrañable personaje encarnado por Cristián García Huidobro, haciendo estupenda dupla con el gran Roberto Poblete como su amigo Gaspar (ver enlace). La dinámica era aparentemente muy simple: Humbertito nunca podía entender los chistes y la verdad, ninguna situación que le compartiera Gaspar. Éste hacía su mejor esfuerzo, desplegando todo tipo de herramientas didácticas, dramatizando las explicaciones, usando una pizarra, recurriendo a metáforas, ejemplos prácticos, encarnando distintos personajes, lo que fuera. Pero con su amigo, no había caso. El resultado era siempre el mismo: “No entiendo”, decía Humbertito. Era peor todavía, cuando según él había logrado comprender el chiste, la historia, o el ejemplo que con tanto afán le había detallado Gaspar, quien gastando su última gota de paciencia y creyendo haber cumplido su titánica labor docente, le pedía a Humbertito: “Ya, explícame entonces”. Por supuesto que lo que Humbertito había “entendido” era cualquier cosa y sus peculiares e hilarantes explicaciones, ahora sí llevaban a Gaspar a un estado máximo de frustración y sensación de fracaso. Lo increíble es que Gaspar no perdía las esperanzas y cuando Humbertito con satisfacción le decía que finalmente había entendido algo, Gaspar se ilusionaba esperando el relato que se lo confirmara. Por supuesto, éste era completamente ajeno a la realidad. Pobre Gaspar. La efectividad de García Huidobro y Poblete para hacer reír a su audiencia era notable. Los guiones estupendos, las situaciones impensables pero con una lógica dentro del absurdo, que las hacían casi creíbles. Si Humbertito y Gaspar hubieran vuelto a actuar en las últimas semanas, probablemente encontrarían una inagotable fuente de inspiración para construir sus diálogos en lo que llaman “la contingencia política”. ¿Imaginan al pobre Gaspar tratando de explicarle a Humbertito lo de la acusación constitucional en contra de Harald Beyer? Gaspar: … así funciona una acusación constitucional y por eso acusaron a al Ministro de Educación. ¿Entendiste? Humbertito: Sí clarísimo (clásica respuesta del personaje). O sea la acusación es para castigar a los que no cumplen su deber y como este ministro fue el primero que cumplió, entonces lo castigaron porque su apellido era Beyer y no Bayer, porque si es Bayer es bueno… Además de no entender nada, Humbertito tenía una imaginación delirante y una capacidad infinita para hacer mezcolanzas de hechos, nombres y lugares. Lo peor es que él se consideraba “un balaZo” (lo escribo así para poder transmitir un seseo muy típico del personaje) para lo que le pusieran por delante: los chistes, por supuesto, la historia, los deportes, la geografía, la religión, la política. Gaspar: … y para poder votar, tienes que haber alcanzado la mayoría de edad. ¿Entendiste? Humbertito: Sí. Me queda súper claro: justo cuando cumples 18, eres de la nueva mayoría. Entonces te invitan a una fiesta que se llama las primarias, pero al llegar te das cuenta que la fiesta se acabó y tienes que esperar hasta que cumplas 18 años más. ¡Clarísimo! Y así suma y sigue. Nos hacen falta Gaspar y Humbertito. Podrían ayudarnos a aclarar tantas cosas. No me importaría que las explicaciones fueran extravagantes o delirantes o absurdas. Prefiero eso a una realidad que supera la más descabellada de las fantasías. Todo lo que ha pasado en el último tiempo, desde el fervor casi religioso por una candidata cautiva, la acusación contra un ministro que hizo gran parte de su trabajo, la elección de un deudor procesado y condenado para un cargo en la Cámara de Diputados, las bajadas y subidas de candidatos a presidente, un partido de derecha que sí tiene primarias mientras los que se hacen llamar de “centro-izquierda-progresista” no las tienen y casi parecen temerle a los votantes, me hacen exclamar, al unísono con Humbertito: ¡No entiendo! Y eso que soy un balazo para hacer sándwiches.

jueves, 24 de enero de 2013

Sera posible elegir ??

No es casualidad. En el Gobierno están convencidos de que todos tenemos las mismas posibilidades de elegir en todo momento, que contamos siempre con información suficiente y tiempo de sobra para sopesar alternativas y riesgos, y que sin duda somos mejores tomadores de decisiones que los planificadores centrales “que pretenden controlarlo todo”. Sus campañas comunicacionales son un reflejo de ello, en el fondo confían menos en las políticas públicas que en las personas y lo gritan a los cuatro vientos. Así, hemos visto en estos tres años un sinnúmero de invitaciones a elegir en el marco de campañas sanitarias de las cuales depende el éxito de las políticas de Salud Pública: “Elige Vacunarte”, “Elige prevenir las enfermedades respiratorias”, “Elige Prevenir el Hanta”, “Elige Prevenir Cólera, Hepatitis A y Diarreas”, “Elige No Fumar”, y como el corolario de todas, el flamante “Elige Vivir Sano”. El último video del candidato Golborne también tiene ese sustrato, pues bajo la mirada de nuestra derecha criolla el hombre se sobrepuso a nacer en Maipú y en una familia de clase media y ahora puede aspirar a dirigir el país. Como si nadie lo hubiera hecho antes. Como si sólo dependiera de su esfuerzo personal. Es el mito de la meritocracia chilena junto al paradigma liberal refundidos en un solo producto de consumo masivo. El problema para quienes no compartimos esta mirada bucólica del Sistema no es que no creamos en la libertad como un bien, ni que confiemos necesariamente más en la planificación centralizada “tipo soviética” que en la capacidad de las personas para desarrollar sus proyectos personales. El problema es que como la cancha no es igual para todos, y como no todos partimos la carrera en la misma línea ni en el mismo momento, la libertad de millones no es más que una ilusión, un chiste de mal gusto y, a partir de eso, evidentemente las posibilidades de surgir sólo en base al esfuerzo personal son para muchos, muy excepcionales. En el caso de todas las campañas sanitarias de este Gobierno y especialmente en su Programa Elige Vivir Sano, la conclusión final es algo así como “Bueno, no diga que no se lo advertimos, si no elige bien, si se enferma, es su responsabilidad, no nuestra”. La evidencia internacional demuestra que muchas de las conductas asociadas a patologías tanto transmisibles como no transmisibles, están condicionadas fuertemente por factores fuera del alcance de las decisiones personales, que son los llamados “determinantes sociales de la salud”, que favorecen la adopción de buenos hábitos en poblaciones más educadas y de mejores ingresos y, por otra parte, determinan hábitos más nocivos para la salud en aquellos grupos poblacionales socioeconómicamente más desfavorecidos. En este sentido, la real capacidad de “elegir vivir sano” se encuentra fuertemente restringida en los segmentos más vulnerables de la población. En efecto, ahora que el Ejecutivo quiere institucionalizar su Programa como un “Sistema”, todo en el proyecto de ley parece girar en torno a poner al Estado en una posición de “recomendar” la adopción de hábitos. Para millones de personas hoy en Chile esa supuesta opción es una quimera. ¿Qué posibilidades reales tiene un obrero de la construcción para elegir vivir sano si debe levantarse a las 5 de la mañana, viajar dos horas en un transporte público poco amigable para llegar a trabajar a un lugar donde arriesga la vida en cada paso, y que al caer la tarde demora otras dos horas en llegar a su casa al otro extremo de la ciudad? ¿O las madres que deben criar solas a sus hijos y cuya accesibilidad pública a servicios de cuidado infantil preescolar de calidad es claramente insuficiente? Uno de los aspectos relevantes en salud pública es la reflexión sobre cómo lograr cambios conductuales. Dentro de las teorías y modelos de cambio del comportamiento se han identificado cuatro planos de influencia para los patrones de conducta y las condiciones saludables: i) factores individuales, ii) factores interpersonales; iii) factores organizativos y comunitarios; y iv) factores de políticas públicas. La correcta interrelación entre iniciativas que intervengan en cada uno de estos planos es clave para el éxito de ellas; al contrario, privilegiar una en desmedro de las otras constituye un factor de riesgo de fracaso de los esfuerzos. Toda la idea publicitaria en torno a este Programa no parece reflejar estas reflexiones, poniendo en el nombre mismo un aspecto que parece ser central en la inspiración del Ejecutivo: las personas pueden elegir vivir sanamente y si no lo hacen, surge la enfermedad como consecuencia de decisiones equivocadas, pero libres. Las estrategias de cambio de conductas individuales han demostrado no tener efecto si no se asocian a un componente de políticas y planes destinados a abordar los determinantes sociales tales como educación, empleo, nivel socioeconómico, equidad, regulación de la industria y de la publicidad, entre otros elementos. Esta regulación debe hacerse de manera transparente y no intermediada o visada por la propia Industria regulada. Por ello, la idea de que el Programa Elige Vivir Sano se financie de manera significativa con aportes de las propias industrias alimenticias debiera llamar a la reflexión. En efecto, la Fundación de la Familia, que preside la Primera Dama, ha concentrado el grueso de las donaciones sociales en 2012, una parte importante de las cuales proviene se la industria alimenticia. A cambio, estas empresas se han beneficiado de las franquicias tributarias para donaciones sociales, y han asociado comunicacionalmente sus productos al programa gubernamental en cuestión. Esto plantea una duda razonable respecto de la independencia del Programa, o de la política pública en general, para poder avanzar en ámbitos regulatorios, lo que a mi juicio representa una debilidad manifiesta de esta iniciativa. No es que la idea de Elegir sea mala o perversa, es simplemente insuficiente. La omisión de los factores biosicosociales revela la falta de una mirada global que considere la intervención en los patrones de comportamiento como un desafío de política pública multifactorial y activo, y no como una simple invitación a elegir entre opciones, con consecuencias exclusivas sobre el agente que toma la decisión. ¿Es posible entonces elegir? Bueno, sí, pero sólo a veces. Aunque no es suficiente para hacer políticas públicas, ni menos para construir un proyecto de país.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Chilito: lejos aún del desarrollo

Como he escuchado desde hace algún tiempo, si el ingreso per cápita de Chile ajustado por poder de compra llega a los 20 mil dólares, ingresaremos al selecto grupo de países desarrollados. Este logro no significa nada teniendo en cuenta la gigante desigualdad que hay en Chile. Nada. Basta con eliminar el 10% más rico del cálculo para ver donde estamos. Si le quitamos el segundo diez por ciento más rico ni hablar: los promedios no dicen nada cuando las diferencias son grandes. Ser un país desarrollado significa mucho más que estos 20.000 dólares. Significa poder incorporar, de alguna forma, la felicidad y la realización personal en el frío cálculo del Producto Interno Bruto. Significa también que la Responsabilidad Social Empresarial sea más que apoyar a la Teletón, entregar un bono de fiestas patrias y dar una mensualidad al hogar de ancianos. Ser un país desarrollado significa tener empleos y sueldos dignos, donde los trabajadores sientan valorado su esfuerzo y no que son un número más en la planilla de Excel. Esto tiene que ir acompañado de educación pública gratuita y de calidad, donde no haya diferencias entre el alumno que egresa de ella y otro que lo hace de la educación privada. Para esto el Estado debe invertir: los colegios y las universidades deben ser heterogéneos, donde convivan todos sin importar su condición económica. Educación sin lucro, ¿o creen que el dueño de un establecimiento privado preferirá hacer un laboratorio de química, en vez de cambiar el auto? Universidades que investiguen y fomenten el desarrollo del país. Ser un país desarrollado significa tener viviendas sociales de calidad inmersas en la ciudad. No en las afueras, a dos horas de distancia en micro, donde las políticas de los ochentas y continuadas en los noventas crearon ghettos. Esto generaría barrios donde la diversidad se vería en sus calles, plazas y colegios. Lograr el desarrollo implica ser un país descentralizado, con movilidad a través de él, donde las regiones puedan tomar sus propias decisiones, generen incentivos para invertir y sean atractivas tanto en el país como en el extranjero. Significa además eliminar el binominal y mejorar la Constitución. No podemos pretender lograr el desarrollo exportando sólo commodities (cobre, celulosa, harina de pescado, etc.). Debemos agregar valor a las exportaciones, diversificar productos y destinos. Llegar a ser desarrollados es tener un transporte público que nos haga sentir orgullosos, siendo utilizado también por las personas de mejor situación económica. Significa además fomentar el deporte desde pequeños y lograr medallas en los Juegos Olímpicos. Finalmente significa, con un largo etcétera, más cultura en la televisión y menos realities, tener parques en todas las comunas y ver las veredas verdes no sólo en Las Condes, Vitacura y Providencia.

martes, 13 de noviembre de 2012

Candidatos de Cristal

Vociferante apareció ayer el diputado Gustavo Hasbún ante las críticas recibidas por Laurence Golborne en esta primera semana como candidato UDI, pidiendo que esta sea una campaña limpia y sin descalificaciones.
Más allá de lo deseable de evitar descalificaciones superfluas, las declaraciones tienden a confundir críticas con agresiones. De hecho, no pude evitar recordar la época en que siendo alumno de la UC, me tocaba ver cómo el movimiento gremialista elegía a sus candidatos en su sede de calle Coronel y luego pedía un "acto de confianza" al resto del electorado de derecha para su elección. Ello implicaba, como puede imaginarse, no sólo la exigencia de no cuestionar la selección del candidato, sino especialmente no cuestionar tampoco ninguno de sus atributos o características. Algo bastante similar ocurre en este caso. El problema es que si algo ha quedado claro luego del castigo electoral que propinó la abstención en la contienda municipal, es que la ciudadanía no es la misma de hace veinte años. Hoy ya no parece estar dispuesta a que le ofrezcan más de lo mismo ni que le pasen gato por liebre. Los candidatos no pueden evadir ni lo que piensan ni lo que son. No pueden ocultar su historia ni sus atributos. Por el contrario, deben someterlos al escrutinio público y para ganar el voto deben sortear los cuestionamientos que se les dirijan. Pero eso no es todo, es un deber también levantar esos cuestionamientos para que el voto sea informado y responsable. Por eso Laurence Golborne, como candidato de la UDI, debe dar cuenta de esa historia y de sus atributos. Nadie puede aspirar a que el contendor de Michelle Bachelet sea un candidato piel de cristal que tenga una serie de protectores que hagan las veces de su cúpula de aislación. Nadie puede aspirar a que no se le enrostren ni sus eventuales conflictos de interés, ni su pasado vinculado al retail y sus prácticas, ni sus recién conocidas vinculaciones con Hidroaysén, ni el monto de su patrimonio, y un tan larguísimo etcétera como sea necesario. Si el saldo final entre estos problemas y sus virtudes es positivo o negativo, aún está por verse. Lo que no puede generar duda ninguna es que pesa sobre sus hombros demostrar satisfactoriamente que no tiene conflictos de interés que le impidan ejercer la primera magistratura o que los que tiene son sorteables. Que su pasado gerencial vinculado a Cencosud no lo vincula con las prácticas de la industria ni en lo relativo al trato salarial de sus empleados, los mecanismos de multi-RUT utilizados para sortear legislación laboral y desprotección sindical, los abusos en los sistemas de crédito de clientes, etc. Que su aceptación del cargo de vicepresidente ejecutivo de Hidroaysén antes de ser ministro no es obstáculo para el diseño de un programa energético desvinculado de grupos de interés y que ello tampoco tuvo nada que ver con su road show por los principales diarios del país sensibilizándolos sobre el tema. De esto y muchísimo más tendrá que hacerse cargo ahora y en lo sucesivo. Si ello en algún momento hace que la UDI añore a un Longueira o a un Lavín, así tendrá que ser. Pocas dudas caben de que la apuesta de esa tienda por Golborne es la más arriesgada, contraintuitiva y desperfiladora imaginable, y que incluso si se mostrara satisfactoria en las urnas la pondrá en una tesitura compleja por la contingencia cierta que se presenta respecto de las lealtades y compromisos del candidato ungido. Si todas estas preguntas hacen sentirse agredidos a hasbunes, moreiras o quien sea, yo recomiendo que se vayan preparando o vayan pensando en otro candidato.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Nuestra constitución viciosa

Una de las preguntas que nos estamos haciendo por estos días es si acaso debemos empujar por la adopción de una nueva Constitución, si basta con el texto que tenemos o si lo correcto es realizar modificaciones políticas más o menos significativas, pero sin que ello implique desahuciar la Carta que rige en el país desde 1981. Entre estos últimos, se ubica José Francisco García, de Libertad y Desarrollo. García se define como un “reformista incremental” (debate en Radio Duna) y señala,
que la gran diferencia entre los que piensan que es necesario tener un nuevo texto constitucional y quienes están por reformas graduales, pero no una nueva Constitución, es de diagnóstico. Junto con ello, García plantea una serie de cuestiones que es preciso abordar, no solo por su importancia sino por los errores y distorsiones que hay, a mi juicio, en su análisis. Para estar en desacuerdo sobre el deber, necesidad o conveniencia de adoptar una nueva Constitución no se requiere únicamente tener discrepancias sobre el diagnóstico o la facticidad; también hay desacuerdo cuando el ideal normativo sobre el que reflexionamos es diferente, vale decir, si lo que entendemos por “democracia” o “Constitución” es algo distinto, probablemente tendremos visiones separadas respecto de la necesidad o no de cambiar el texto fundamental. Las diferencias con García habitan en los dos lugares: creo que tanto el diagnóstico que dibuja es equivocado como estrecha es su concepción de la democracia constitucional. Veamos. Una Constitución es un texto que, por una parte, distribuye las competencias que detentan los diversos órganos públicos, determinando sus atribuciones, límites y relaciones con otros órganos (conocida como parte “orgánica”) y, por otro lado, es un relato acerca de la manera como una comunidad política quiere vivir, para lo cual fija ciertos principios y valores que se ven reflejados no solo en la distribución de competencias de los diversos órganos, sino principalmente en un catálogo de derechos que llamamos fundamentales (la llamada parte “dogmática”). Hasta allí, me atrevería a pensar que García, en tanto profesor de derecho constitucional, estará de acuerdo conmigo. Pero en seguida, señala que “el sentido último de una Constitución [es] limitar el poder del Estado para, con ello, salvaguardar los derechos y libertades individuales”. Se trata de una definición estrecha de lo que es -y hace- una Constitución, pues junto con servir de límite al poder del Estado, las constituciones son el reflejo normativo de lo que una sociedad aspira a ser colectivamente; su carta de navegación, en palabras de Carlos Nino. De esta manera permite también “constituir” políticamente al pueblo que decide la forma como sus representantes detentarán el poder que soberanamente pertenece a aquel, no a estos. Y es esa dimensión, llamémosla "constitutiva", de un texto fundamental, la que genera adhesión (o rechazo) de parte de la ciudadanía que tiene derecho a determinar libremente su forma de gobernarse. El análisis de García se reduce a los elementos técnicos, importantes como son, pero que no logran superar la objeción de legitimidad que tiene una Constitución que no nos constituye como pueblo chileno: no es "nuestro" relato, sino el de otros. Es, como le he escuchado decir a Fernando Atria, “pura heteronomía”. Y es en este sentido que, a pesar de las más de 250 reformas, Chile aún carece de Constitución. García (al igual que el último número de la publicación periódica de LyD, “Temas Públicos”) no ve esta dimensión constitutiva, con lo cual no es raro que nuestros análisis difieran profundamente. José Francisco García arranca su columna con una afirmación falsa, a saber, que “el sistema electoral simplemente no forma parte de la Constitución”. En 2005, se acordó eliminar de las disposiciones permanentes de la Constitución la regla sobre el sistema electoral binominal, elemento clave que impide el autogobierno en Chile. Se dijo que era un avance pues ahora, para cambiar el sistema por el cual elegimos a nuestros representantes, bastaría con modificar la ley, no la Constitución. Pues bien, la ley de votaciones requiere de los cuatro séptimos de diputados y senadores en ejercicio para ser enmendada, quórum más bajo que los tres quintos que se exige para la mayoría de las reformas constitucionales (ello es obvio: modificar una ley debe ser menos oneroso que cambiar una cláusula constitucional). Al afirmar que "el sistema electoral simplemente no forma parte de la Constitución", se da a entender que el quórum para reformarlo es a lo más de cuatro séptimos (los demás quórum para las leyes que existen en Chile son más bajos). Pero ello no es así: lo que se hizo en 2005 fue sacar del articulado permanente de la Constitución “el tema del binominal", dejándolo en una norma transitoria que ordena que para la reforma del sistema electoral se requerirá el quórum de tres quintos, es decir, ¡el de una reforma constitucional! Por ello no es correcto decir que esta importantísima reforma política "simplemente no está" en la Constitución. ¿Por qué es ello relevante? Porque de nada sirve emprender reformas políticas si quienes actúan por cuenta y nombre nuestro lo hacen mediante un mecanismo que distorsiona la voluntad real del pueblo. En seguida, García sostiene que el planteamiento de un proceso de cambio constitucional es “otra estrategia más de la escaramuza política” que la izquierda estaría promoviendo para lograr el desempate político en el Congreso “mediante un cambio total de reglas mediante (sic) una Asamblea Constituyente“. Esta idea es derivada, sin que haya rastro alguno de evidencia, de la experiencia comparada, lo cual es inconsistente con su petición de deliberar “sobre la base de una discusión racional”: ¿cómo podemos hacerlo si no nos aporta datos para sostener sus afirmaciones? García reconoce que existe “desafección con la política local”, que los indicadores efectivamente muestran distancia entre las personas y los parlamentarios, pero se contenta con que otras instituciones (“como Carabineros o las Fuerzas Armadas”) cuentan con la aprobación ciudadana. Esto es preocupante: las Fuerzas Armadas y Carabineros son -por definición constitucional- no deliberantes, es decir, no están para servir de conductores de la política y por ello, que gocen de admiración por parte de los ciudadanos puede ser una buena noticia, pero en ningún caso puede servir de argumento para desatender la magnitud de la crisis de representación que existe en Chile. Más honesto es advertir que, sumadas, las dos coaliciones políticas del país no alcanzan ni la mitad de las preferencias de los electores. ¿Tendremos que esperar que el gobierno siga batiendo récords con sus magros porcentajes de aprobación y la oposición desaparezca para darnos cuenta que nuestros cauces constitucionales son inapropiados? Con este diagnóstico, García se da por satisfecho con un programa de reformas incrementales: eventualmente eliminar las leyes orgánicas y dejar de todas maneras algunos quórum calificados para ciertas materias (de nuevo, sin ofrecer argumento alguno salvo para el caso de los derechos fundamentales, lo que en todo caso es incorrecto pues no todas las leyes que regulan derechos son de quórum especial, como él afirma). También cree que hay espacio para pensar en cambios a las potestades del Tribunal Constitucional, puesto que no tendría real efecto resguardando derechos y libertades. Y finalmente enumera la posibilidad de quitar atribuciones al Presidente, para entregarlas al Congreso y/o a los gobiernos locales. Son ellas ideas atendibles, pero que no solucionarán nuestro problema constitucional. Como señaló Andrés Bello en 1848: “si la constitución está en lucha con las costumbres, con el carácter nacional, será viciosa; si por el contrario armoniza con el estado social, será buena”. Lo que ocurre hoy en Chile es que la Constitución que nos dejó la dictadura -hay que decirlo, que el presidente Lagos haya puesto su firma sirvió más para su autoestima que para la salud institucional del país- no refleja nuestras costumbres, sino la ideología de un grupo de hombres que diseñó nuestro camino mientras regía el estado de sitio y las libertades individuales eran una mala broma. Por ello tenemos derecho a pensar en un proceso constituyente que recoja el parecer no de la izquierda, como parece temer García, sino de todos, donde se discuta realmente qué tipo de vida en común queremos, qué derechos reconoceremos a las personas y a los grupos, el rol del Estado y los privados en áreas como salud, educación y seguridad social, y desde allí poder resolver nuestras diferencias. Un proceso constituyente no es una fórmula mágica para remediar todos los males de una sociedad; pero es el inicio, y más importante, es “nuestro”. En ello consiste la promesa del autogobierno, en darnos la oportunidad de reflexionar si las instituciones políticas están a la altura de nuestro estado social o si están en lucha con nuestro carácter. ¿No es pertinente la pregunta?

lunes, 13 de agosto de 2012

¿La representación de la realidad?

“¿Qué esperas cuando vas al teatro?” Le pregunté a alguien por ahí. “Entretención”, me respondió sin dudar. “¿Por qué crees que en el teatro vas a encontrar entretención?”, le insistí. “Porque sí, porque es probable que lo que vea me haga reír, sentir y pensar. Eso me entretiene”. “Perfecto, entonces partamos de la base de que el teatro te entretiene porque promueve tus sentimientos, te posibilita la reflexión y puede permitirte el placer de la expresión. Esto te sucede por el sólo hecho de acontecer ante tu presencia, es decir, que eso que ocurre en el escenario desde tu punto de vista, debería estar confeccionado de alguna manera para ti o a tu medida”. “Ahora bien, es necesario establecer que en esta situación, tu eres un representante o una muestra de toda una audiencia y tu opinión se puede considerar válida, por el sólo hecho de querer ejercerla tras haber sido parte de un público”. La experiencia teatral es colectiva. A través de ella se puede generar una vivencia comunitaria, donde los que miran desde las butacas y los artistas que hacen sobre las tablas, se encuentran durante el tiempo que dura la representación, para compartir algo que a la larga se puede resumir en energía. Sin embargo, la recepción de la pieza presentada es definitivamente una experiencia individual en tanto que varía según las particularidades y necesidades de cada ser humano que la digiere. Entonces, la pregunta siguiente sería, “¿Buscas que lo que suceda sobre el escenario, te entretenga porque es capaz de interpretarte de alguna manera? Es decir, que lo que en el escenario ocurre podría ser un reflejo de ti mismo, tus gustos, tus deseos, tus problemas, tu opinión o tu forma de ver el mundo”. “Sí, claro”. Me respondió sin dudar y yo continué con otra interrogante, “¿Deseas que lo que pase sobre el escenario sea un espejo de tu realidad?”. “Sí, de la realidad cercana a mí, prefiero eso a ver algo que hable de los sueños”. Entonces reflexioné, “pero los sueños también son parte de la realidad, porque provienen del inconciente del ser humano, que es algo que existe. Lo descubrió Freud, está en el cerebro, es materia y por tanto es real”. Dejando un poco de lado el tema de lo onírico y para entender mejor a mi improvisado entrevistado, representante del mundo de los espectadores, traté de preguntarme a mí misma sobre el hecho de la entretención y la representación en la forma en que actualmente hago ejercicio del oficio teatral. Entonces fue que mi cabeza empezó a armar las siguientes interrogantes. “¿Cuándo hago una obra de teatro, me preocupo de que sea entretenida?, ¿Pienso que puedo divertir a los espectadores si es que logro reproducir un poco de realidad en la que puedan hipotéticamente existir? Cuando construyo un montaje, ¿me preocupo por generar espacios donde el público se sienta reflejado, interpretado o seducido? ¿Cómo puedo unificar las expectativas individuales de identificación de la audiencia? ¿Qué es lo que busco reproducir cuando actúo, dirijo actores o hago la dirección total de una puesta en escena?, ¿busco recrear la realidad cercana de alguien en particular?”. Después de unos segundos y sin tener muchas respuestas concretas, volví a indagar en a mi interlocutor. “Si en el teatro esperas encontrar entretención, que es el resultado de algo que te pasa a nivel sensorial e intelectual y que probablemente te ocurre cuando lo que te ofrece una obra, es cercano a tu realidad porque en ella te ves a ti mismo. Entonces, ¿qué te podría defraudar de lo que un montaje te presenta como realidad?”. La respuesta tardó un poco en llegar. Tal vez porque estaba entrando en temas específicos que mi entrevistado no tenía por qué entender de buenas a primeras. No pertenecía al rubro del teatro pero había visto mucho y conversaba desde la opinión general que le provocaba ser público de cualquier tipo de montaje teatral. Entonces pensé que sería mejor ejemplificar con un elemento concreto y le pregunté por las actuaciones. “¿Qué te puede molestar de un actor encargado de reproducir con su interpretación esa realidad que tú buscas?” “Me gustaría ver actores que actúen como en la vida”, me contestó. Y yo, para dilucidar a qué se refería con eso de “como en la vida”, insistí con, “¿te podría caer mal la sobre actuación, la mentira, la exageración?” “Sí, obvio”. Ah, entonces, “¿Esperas que la performance de un actor sea verdadera o natural?” “Mmmmm, no. Espero que actúe con honestidad”. Esa fue la respuesta definitiva. Y con esa última frase, me quedé pensando que cuando lo sincero se asoma, es evidente, la empatía es inmediata y resulta fácil sentirse interpretado o verse reflejado en un otro, tanto en la vida como sobre el escenario. Comparto. La puesta en escena completa, debe ser construida desde el sensible motor de la honestidad.

martes, 3 de julio de 2012

Desmitificando el litio

En las últimas semanas, varios mitos sobre el litio han rondado distintos medios y las redes sociales. Se habla de que Chile posee la mayor cantidad de reservas a nivel mundial, de lo estratégico del mineral (poseemos suficiente para abastecer al resto del mundo por 1.500 años de un material clave para las baterías, que son el futuro energético del planeta). La realidad es algo distinta. Actualmente los usos del litio se distribuyen en un 28% para fibras y vidrio, 29% para baterías, 9% para grasas lubricantes, 7% para metalurgia y aluminio, 4% en aire acondicionado, 3% en medicina, 2% polímeros y un 18% en otros usos.
En términos absolutos, las exportaciones chilenas de litio equivalen al 0,42% de las exportaciones mineras de Chile y menos del 0,26% de las totales. Comparativamente, los beneficios que genera el litio sólo son un 36% mayor que la exportación de sal marina y de mesa. En términos de disponibilidad y privilegio casi exclusivo del litio, se han encontrado de 90 a 120 nuevos yacimientos, que se encuentran repartidos en más de 11 países. Además, con los procesos correctos, se puede extraer litio del agua de mar, haciendo el acceso a este mineral prácticamente ilimitado. Debido al dinamismo existente en las inversiones del mundo, si queremos obtener algún beneficio, es indispensable asegurar inversiones, ya sean públicas o privadas, las que sean más eficientes y generen mayor beneficio para nuestro país, de manera de mantenerse como un actor relevante. Además, en ningún país del mundo, salvo Chile, se clasifica al litio como “estratégico”, a excepción de la provincia de Jujuy, Argentina, lo que hasta ahora no ha impedido su explotación en el país vecino. No hay que dejar de considerar que no se sabe por cuánto tiempo más el litio sea un componente indispensable en la industria de las baterías, toda vez que se está investigando para producir sustitutos más baratos y efectivos. De ahí la necesidad de explotar cuanto antes estos recursos, antes que algún nuevo elemento pueda reemplazar al litio reduciendo su valor actual y repitiendo lo que alguna vez sucedió en Chile con el salitre.